Los seres humanos nacemos con una capacidad de desarrollo determinada genéticamente, sin embargo, el ambiente es el encargado de lograr que esa capacidad se despliegue al máximo. La Estimulación Temprana es la forma más eficiente y segura de lograr dicho desarrollo tomando en cuenta la edad y el ritmo de cada niño. Dicha estimulación consiste en entregarles regularmente, a niños entre los cero y los seis años de edad, ejercicios y situaciones que le permitan descubrir el mundo que los rodea con confianza y seguridad. El objetivo final de este procedimiento es lograr, por medio de estímulos, el perfeccionamiento de su desarrollo tanto en el aspecto cognitivo, afectivo, social como motor. Además, durante los juegos y ejercicios de una estimulación temprana se fortalece el vínculo de apego entre el niño y sus padres, vínculo que será fundamental en el futuro para su exploración del mundo y sus relaciones socioafectivas.

Hasta hace unos 30 años atrás, los jardines infantiles y las salas cunas, al menos en nuestro país, eran muy poco comunes. La principal razón era que las madres aún no se habían incorporado al mundo laboral con la fuerza que vemos actualmente. Este cambio social trajo múltiples beneficios que no son discutidos aquí, pero creo que trajo consigo también un pequeño problema. Los niños, antes de ingresar a la educación formal, se quedan en casa al cuidado de una nana o de una abuela que no tienen el tiempo o la energía suficiente como para “educar” y hacerse cargo de entregar elementos de estimulación cerebral. Este escenario, además de otros sin duda, permitió la proliferación de lugares donde llevar a nuestros hijos antes del ingreso al colegio. Ambas situaciones, madre trabajando fuera y jardines infantiles, generaron un sentimiento de culpa en muchas madres y padres también. Sin embargo, la psicología tanto científica como intuitiva nos proveyó de un sistema de acercamiento a nuestros hijos que nos permite pasar tiempo con ellos de calidad y estimular su desarrollo cognitivo y psicomotor.

Actualmente, los colegios exigen un cierto nivel de desarrollo integral de los niños al punto que los someten a absurdos exámenes de admisión donde, supuestamente, pueden observar diferencias importantes entre un niño y otro. Solo tienen tres años! El cerebro de los niños es tan plástico y moldeable a esa edad que una prueba sobre nombres de colores y cantidad de palabras usadas no tiene ninguna relación con el rendimiento futuro. Y ni que hablar del stress de los padres por pasar ellos también la entrevista.

¿Qué están haciendo hoy los padres para ayudar a sus hijos en edad preescolar para aumentar la inteligencia y al mismo tiempo entregarles compañía de calidad?

La verdad que el concepto de inteligencia suele ser mal entendido. La Inteligencia es la capacidad de resolución al momento de enfrentarse a un conflicto y solo puede ser medida transversalmente en el tiempo, como si fuera una foto del momento. Esto quiere decir que el rendimiento actual de un niño no necesariamente se repetirá en seis meses o en un año más. Así, la inteligencia es un concepto que mide rendimiento y que puede ser proyectado en el futuro pero que no puede ser definido en un momento de la vida de un individuo.

Lo que sí se puede hacer para lograr que una persona llegue a la etapa adulta con su máximo potencial es desde la temprana infancia, entre el nacimiento y los cinco o siete años, estimular todas las áreas de desarrollo cerebral: área cognitiva, afectiva, motora fina y gruesa y social. Lo que sucede es que el desarrollo cerebral es un proceso que tiene un potencial máximo y uno real donde ambos pueden o no coincidir. El potencial máximo es aquel que viene determinado por la genética lo que quiere decir que si un niño viene con un potencial de 80, por más que se lo estimule y asista a escuelas especializadas, nunca llegará a más de 80. Pero si es fundamental que llegue a esa cifra y no que se quede en algún lugar anterior. El potencial real es aquel que en definitiva, luego de toda la estimulación, desarrollo y aprendizaje logró el individuo. Existen algunos investigadores que afirman que la genética entrega un 80% del total del CI y un 20% es entregado por el ambiente y otros factores. Otros investigadores dan cifran totalmente al revés mientras que algunos otros dan cifras intermedias. La verdad es que aún no hay nada claro sobre qué aspecto aporta más pero, en definitiva, para los padres comprometidos con la educación y desarrollo sano de sus hijos estos porcentajes no tienen mayor relevancia. Lo que importa es llegar al máximo posible.

Para lograr lo anterior, se debe tener en cuenta varios aspectos. El primero es la salud de la madre antes y durante la gestación, alimentándose adecuadamente. La alimentación a lo largo de todo el desarrollo del niño incluso más allá de la adolescencia. El apego, ese vínculo afectivo que se crea entre el niño y su madre en lo primeros años de vida junto con el vínculo con el padre que se empieza a crear luego de los primeros meses de vida, es fundamental para que el niño sea capaz de aprender con confianza y seguridad. La educación formal que se le pueda entregar, es decir, la elección del colegio, también será clave para su éxito futuro. Y por último y fundamental, es la Estimulación temprana que se le pueda brindar al niño antes de los seis años.

La estimulación temprana es la atención que se le entrega al niño de entre 0 y 6 años para potenciar y desarrollar al máximo sus posibilidades físicas, intelectuales, sensoriales y afectivas, mediante programas sistemáticos y secuenciados que abarquen todas las áreas del desarrollo humano, sin forzar el curso natural de su maduración. En palabras más simples es la entrega de estímulos adecuados (juegos, ejercicios, experiencias, afecto, contacto con otras personas) según la etapa del desarrollo en la que se encuentra el niño para poder sacar lo mejor de él donde su objetivo es lograr que las capacidades que trae se desplieguen en plenitud. Lo que si debe quedar claro es que la estimulación temprana no adelanta a un niño en la aparición de habilidades puesto que el desarrollo cerebral tiene un proceso preestablecido ordenado y que no permite el salto de etapas. Se pasa a la etapa siguiente una vez que la anterior se ha instalado totalmente, es decir, el niño no podrá hablar antes de aprender a balbucear ni podrá correr antes de aprender a caminar. Su objetivo final es ayudar en el proceso de formación de la estructura cerebral humana.

La estimulación temprana tampoco hace niños más inteligentes, lo que hace es que permite que el potencial del niño se vea desarrollado en su máximo. Así, un niño que podía llegar a un CI de 100, a través de este proceso es muy probable que lo logre si es que no hay inconvenientes en el camino. Un niño que no recibe este tipo de estimulación tal vez llegue a su máximo potencial pero será menos probable. Por el contrario, será más probable que logre unos cuantos puntos menos en su rendimiento intelectual.

Esto en relación a la inteligencia, pero la estimulación temprana abarca otras áreas del desarrollo de un individuo. Como mencioné más arriba, hay otras tres esferas que conforman a una persona y que son igualmente importantes y fundamentales.

El área afectiva es clave para el establecimiento de las relaciones sociales y de la relación consigo mismo. Aquí, estas dos áreas se unen puesto que según la imagen que tiene un sujeto de sí mismo, según las relaciones afectivas tempranas que haya construido en su infancia temprana y su sensación de autoeficacia será cómo establezca relaciones afectivas con los demás. Qué tan fácil haga amigos, qué tan bien se lleve con ellos en el colegio, universidad, oficina, etc. será una consecuencia lógica de cómo fue su desarrollo socioafectivo antes de los seis o siete años. Si fue un niño criado más bien sólo, con pocas relaciones sociales, con poco juego y poca transmisión de afectos positivos, difícilmente logre establecer relaciones con otros sujetos de tipo satisfactorias y sanas.
El área motora es otra esfera fundamental en el desarrollo de un individuo. Qué mejor que poder andar en bicicleta sin rueditas a los cuatro años de edad o de poder escalar los juegos de la plaza con habilidad y destreza. Ser admirado por los otros niños y mimados por unos padres orgullosos va formando una autoestima segura y una alta sensación de autoeficacia. Una motricidad fina bien estimulada permitirá, por ejemplo, que en el colegio le sea más fácil e incluso natural tomar el lápiz para empezar a hacer letras, probablemente podrá lograr pintar sin salirse de las líneas antes que otros niños que no recibieron estimulación temprana.

Existen distintas formas de estimular en forma temprana a un niño, desde masajes en todo el cuerpo cuando tienen entre cero y seis meses de edad, pasando por los rituales de la noche, leerles cuentos, estimularlos al gateo hacia los ocho meses de edad, ayudarles con el balbuceo, jugar con plasticina, siempre hablarles correctamente y no como bebé, nombrar las cosas de uso cotidiano como la mamadera, el pañal, la cuchara, el plato, la pelota, etc. Lo que si deben tener claro los padres que cada niño tiene su propio ritmo por lo que no necesariamente va a adquirir un nuevo conocimiento o habilidad igual que un hermano mayor o cualquier otro niño de la misma edad. Todos los niños logran el desarrollo adecuado pero qué tanto se va a poder maximizar este dependerá de la calidad y regularidad con que se estimule al niño. Para cada etapa del desarrollo hay distintos ejercicios y situaciones estimulantes y que sería un tanto largo de explicitar acá pero manuales de estimulación temprana se pueden encontrar fácilmente en librerías o incluso en Internet.
Lo ideal es que los niños desde que nacen tengan la oportunidad de interactuar con sus padres en una diversidad de situaciones como la alimentación, el juego, los rituales, la puesta de límites, etc. Las actividades cotidianas realizadas con cariño fortalecen los vínculos afectivos, la confianza tanto en sí mismo como en sus cuidadores y algo clave de lo que se habla poco, el gusto de estar el uno con el otro.