La vez anterior les hablé sobre cómo comunicarse con los hombres para que nos escuchen y entiendan. En esta oportunidad, pensé en retomar el tema pero desde la perspectiva materna. “Cómo hablar para que nuestro hijos nos escuchen” y la razón es que a veces puede pasar que nos sentimos impotentes ante la capa de invisibilidad que pareciera que llevamos puesta cuando le hablamos a nuestros hijos sobre todo si son adolescentes.

Dado el ajetreo propio de la vida actual, tenemos poco tiempo para dedicarle a nuestros niños, o al menos no contamos con el mismo que tenían la mayoría de nuestras madres. Por esto, es que a veces somos, sin darnos cuenta, un poco dictadoras y le damos instrucciones a los niños sin pensar que tal vez lo harían igual, pero con mejor disposición si lo pidieramos en otro tono, en otro momento o con otra disposición. Por esto, aquí algunos consejos para mejorar la comunicación madre-hijo/a aumentando la efectividad de los mensajes.

  • Cuando son niños pequeños debemos hablarles desde su misma altura, es decir, debemos agacharnos y quedar con los ojos al mismo nivel. Mirar hacia arriba cansa el cuello así que no se sorprendan si el niño baja la cabeza cuando le están hablando desde arriba.
  • Si estamos enojadas, es mejor esperar un momento a que nos calmemos, de lo contrario diremos algo de lo que nos vamos a arrepentir más tarde. Además, cuando estamos enojadas transmitimos con mucha fuerza esa emoción y es lo único que se les queda a los niños por lo que no escucharan nada de lo que digamos.
  • Deben partir escuchando atentamente lo que sus hijos les quieren decir. Si no pueden en ese momento, es mejor ser honesto y decirle que luego podrán hablar, de lo contrario quedará la sensación de que no les importa y dejarán de hablarles. (Piensen en la situación contraria, cuando uds. tienen la sensación de que no les ponen atención).
  • Acojan el sentimiento que traen, no hay cosa peor que a uno le minimicen los sentimientos con un “pero si no es para tanto”, “no exageres”, “ya deja de llorar”.
  • Si necesitamos que cooperen con algo, como poner la mesa u ordenar la pieza, describan la situación y expresen sus expectativas. No al “te dije hace 2 horas que hicieras tu cama, hasta cuando!!, y si al “tu cama aún está sin hacer”, Si “necesito que me ayuden poniendo la mesa”, no al “nadie me ayuda en esta casa, ni siquiera se les ocurre poner la mesa!”. Muchas veces resulta útil ofrecer alternativas, es decir, que cooperen en esto u lo otro. No atosiguemos con una lista de peticiones.
  • Expresen sus sentimientos, son tan válidos como los de ellos, pero al expresar los nuestros validamos los de ellos también. Pero además les hacemos ver que nosotras también nos cansamos, nos sentimos tristes, abrumadas, sobrepasadas, etc.
  • Cuando debemos desaprobar alguna situación no se debe atacar a la persona sino reprobar la conducta. Decirle “cómo se te ocurrió hacer eso, en qué estabas pensando, fuiste un tonto” descalifica a la persona y su autoestima. Es mejor decir “me parece que esa actitud no fue la más apropiada, estoy segura que se puede hacer mejor”.
  • Si van a castigar, piensen el castigo antes con la cabeza fría para no aplicar una sanción desmedida o imposible de cumplir generando rabia, frustración y una sensación de ineficacia por ambas partes. Pero sobre todo, deben tener claro cuál es el objetivo del castigo. A veces es mejor dejarlo que se equivoque y experimente las consecuencias naturales de su mal comportamiento junto con ayudarlo a reflexionar sobre cómo enmendar su error o solucionar el problema.

Finalmente, el amor es lo más importante y por lo tanto traten siempre de demostrarlo por muy molestas que estén. Recuerden su propia niñez y adolescencia y cómo les hubiera gustado que sus padres les hablaran. Además los niños y jóvenes de hoy están sometidos a exigencias que nosotros no tuvimos, partiendo por la sociedad de la inmediatez.